Autor: Joaquín Grau

Una vez más voy a referirme a los aucas, esa etnia amazónica cuya cultura pertenece al paleolítico. He escrito pertenece cuando debería decir pertenecía puesto que nuestra cultura llamada civilizada ha acabado casi totalmente con ellos. Para más datos en torno a sus costumbres y a las experiencias que viví en el tiempo que conviví con ellos véase mi libro Mi vida con los Aucas.

La comunicación auca-selva es de un perfecto equilibrio ecológico. Hasta el punto de que los aucas nunca cazan una pieza, una sola pieza más de las que necesitan para alimentarse unos días. Entienden que la selva les da los animales que necesitan. Pero ni uno más. Y si cazan por encima de sus necesidades creen que están matando animales que la selva no les ha dado, que no estaban destinados a ellos. Si eso ocurre, los aucas saben que la selva les castigará. Y, en efecto, así es, porque el castigo, el terrible castigo, sería la rápida extinción de la caza.

La selva tiene sus normas y las dicta. Y los aucas saben que esas normas son justas y sabias. Por eso no se han hecho agricultores. Inconscientemente comprenden que su supervivencia sólo puede asegurarla una comunicación plenamente ecológica. Nosotros, en cambio, que nos hemos empeñado en que el medio se ajuste a nosotros, estamos implantando la agricultura en la selva. Quemamos grandes espacios, preparamos la tierra y sembramos. Dos años después esa zona de roza ha pasado a ser yermo estéril totalmente irrecuperable. Y ha provocado, además, el alejamiento o la extinción de la caza.

Gracias a su sentido ecológico, los aucas han podido sobrevivir en el sentido más jubiloso de esa palabra. Porque la selva -esa madre pródiga y complaciente- ha hecho libres a los aucas. Hasta el punto de que no están sometidos a nadie. Ni siquiera a ellos mismos. Como he escrito ya, los aucas -también las mujeres aucas- trabajan cuando quieren, como quieren, cuanto tiempo quieren…, si quieren. Y parece que no quieren, porque su sociedad es la sociedad del ocio que nosotros soñamos. Los aucas, por no haberse impuesto a la selva, por no haber cortado el cordón umbilical que les une a ella, por escuchar la información que de ella les llega y por haber establecido una comunicación armónica, saludable, con el medio, hoy pueden gozar del privilegio de sentir la plenitud del hombre lúdico.